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A su manera Melanio Asensio se clasificó para Roma-60 sin plegarse a la disciplina de ningún técnico

Asensio, a la derecha, se impone en una carrera celebrada en Lisboa.

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Oviedo, Mario D. BRAÑA

Como dice la canción, Melanio Asensio lo hizo todo a su manera. Correr, vivir.

Nunca aceptó que nadie le dirigiese los pasos. Y ahora, con 71 años,

puede presumir de que no le ha ido nada mal. Para la historia del deporte asturiano quedó como el primer atleta que participó en los Juegos Olímpicos. Y después, desde que colgó las zapatillas de clavos, ha hecho en cada momento lo que ha querido, cumpliendo su máxima de no hacer daño a nadie.

Melanio llegó al atletismo con la misma naturalidad que lo dejó. «Me dediqué a correr porque ganaba», explica ahora, descartando cualquier guiño del destino, más allá de sus genes. Unas condiciones naturales que le permitieron ser el mejor velocista español de finales de los 50 y comienzos de los 60. Suficiente para vivir bien, casi nada para andar por el mundo. Por eso, cuando se clasificó para los Juegos Olímpicos de Roma, aplicó su filosofía.

«Los atletas españoles no significábamos nada», reflexiona Asensio, que había logrado el pasaporte para Roma con 10.5 en los 100 metros lisos. «El récord de Francia, por ejemplo, estaba en 10.2, y Armin Hary, el alemán, rondaba los diez segundos. No teníamos nada que hacer». Como prueba de su carácter, Melanio Asensio no tuvo problemas para aceptar el cambio de prueba (los 100 por los 200 metros) que le propuso su compañero José Luis Albarrán.

Pese a la improvisación, Melanio cumplió en el estadio olímpico de Roma. Pasó la primera eliminatoria con un tiempo que igualaba el récord de España (21.6). Y luego, tras quedar eliminado, decidió disfrutar de la otra cara de los Juegos. Era el momento para las relaciones públicas, que siempre se le dieron tan bien como el atletismo. Para fisgar a las deportistas de otros países mientras tomaban el sol, para saludar a estrellas como Cassius Clay e, incluso, disfrutar de la noche romana.

Roma-60 fue el punto culminante de la carrera de Melanio Asensio, pero no la más rentable en términos de dinero o de imagen. Los Juegos Olímpicos, en aquella España que empezaba a asomarse a la televisión, pasaban casi desapercibidos. Y, por supuesto, los mejores deportistas de España no disfrutaban de becas ADO ni nada por el estilo. Legalmente eran aficionados o, como se decía eufemísticamente para tapar la realidad, «amateur compensado o marrón».

No era el caso de Melanio Asensio. De una u otra manera, siempre había sacado algún beneficio de su facilidad para correr muy rápido. De pequeño, cuando era alumno del Colegio Auseva, le sirvió para disimular su aversión a los libros. Ganó su primera prueba en Avilés, en una competición escolar. Fue en salto de altura porque no le dejaron correr. Sirvió para que se fijase en él Manolo García, el entrenador que puso el atletismo asturiano en órbita.

Después le bastó una carrera en las pistas del Cristo para batir el récord de España de 80 metros lisos. Tenía 15 años y en los cinco siguientes Manolo García consiguió lo que nadie antes o después: someterle a una disciplina y pulir la técnica, hasta que la Federación Española le reclamó para la Residencia Blume. Una experiencia que duró poco («era como un colegio») y que estuvo a punto de acabar con su carrera atlética y dar un giro a su vida.

«Ya tenía el billete para volver a Oviedo cuando me llamó don Alfonso, el encargado de la sección de atletismo del Real Madrid», recuerda Melanio. «Me ofreció 5.000 pesetas y, claro, me quedé porque en 1958 era un dineral». Una fortuna, pero muy poco comparado con lo que acabó sacándole al club, animado por sus compañeros de residencia, futbolistas como Santisteban, Zárraga o Domínguez: «Me dijeron que les pidiese 25.000 pesetas, que yo era un chollo para el club porque ganaba en tres pruebas. Don Alfonso se echó las manos a la cabeza. Ya me veía en Oviedo, pero al día siguiente me dieron 20.000».

Gracias a ese acuerdo bajo manga, Melanio pudo vivir a lo grande, pese a que mandaba la mayor parte del dinero a su familia. El atletismo, además, le permitió conocer hasta 38 países, entre los que no estuvo Japón, por una lesión cuando tenía la mínima para participar en los Juegos de 1964. Dos años después, en la frontera de la treintena, Asensio se retiró y volvió a Oviedo. «No volví a ponerme unas zapatillas de clavos», recuerda.

Lejos de las pistas, Melanio Asensio siguió siendo un hombre popular, asiduo de las noches ovetenses y, durante un tiempo, pintor. También pasó períodos alejado del mundanal ruido, en su casa de Bimenes, entregado a su gran afición: los caballos. Al atletismo y a los Juegos Olímpicos se asomó esporádicamente, para admirar estrellas tan relucientes como Carl Lewis.